quinta-feira, 5 de julho de 2012

Carta a Pequod


Carta que Hernán "Hormiga Negra" Álvarez Forn,  escribe  a su querido velero Pequod publicada en la revista Náutico del Club Náutico San Isidro en el número de junio de 2012.
¡Hola Pequod !
O, quizá debería decir ¡ola! Porque si algo te ha zamarreado en tu larga vida son las olas, ¿no es cierto? Claro, como razonaba el bueno de Arquímedes,
si no te sacudieran las olas, no estarías flotando. Pero ahora te han agarrado sin perros, descansando, inmóvil. Y quizá un poco vejado por esa cadena que te aferra al fondo. ¿Te acordás de lo que dije alguna vez del ancla? Que es el símbolo por excelencia que usan los marinos, curiosamente, es el último nexo que tienen con la madre tierra... Pero no temas: tu imagen de valiente navegante no ha sufrido mengua alguna; siempre sos el mismo petiso fuerte al que dije una vez "¿Vamos a la Antártida?". Y ni se te inmutó un obenque. Simplemente cabeceaste un poco, como diciendo "¿A mi con ese hueso?". El que tiene que animarse sos vos. Yo estoy preparado. Casi nací para eso. Chiquito, pero de fierro. Lento, pero de los que "va piano, va lontano". Se trató de un desafío muy discreto, pero no pude resistirlo. Nos fuimos preparando, desde aquel día de 1980 en que tocaste el agua por primera vez. Unas salidas por aquí, algunas navegadas más largas con todo tipo de tiempo y me convenciste que el que tenía que aprender a resistir era yo, no vos. Como prueba máxima. 
En 1984 nos fuimos a dar una vuelta por el cabo Hornos y nos terminamos de conocer en las buenas y en las malas. De todos modos te instalé un "dog house" abrigado, una buena estufa, un Bran Metal auxiliar, reforcé la proa con planchetas soldadas y la hélice la metí en un tubo como el de los pesqueros, para prevenir ataques del hielo. North Sails me regaló velas para vientos duros, te llenamos de agua dulce, gas oil y comida, muchos abrigos, se armaron
tres tripulaciones de relevo y esa cadena que aun se ve en la proa quedó en el fondo por tres meses, al cabo de los cuales volvimos a recogerla y dejarte allí, en reposo. Habíamos llegado a la Antártida. Y vuelto, que no es poco. Después seguimos muy amigos. Más de Uruguay, Mar del Plata y la costa brasileña, hasta los dos envejecimos sin sentirlo. En algunos períodos te fui infiel. Con el Náutico anduve por el Atlántico Sur y Norte, en otros barcos llegué
cuatro veces más a la Antártida, dejándote ahí, en la amarra, aburrido y quizá celoso. Pero siempre regresé para navegarte, solo que cada vez los viajes fueron menos y más cortos, hasta ahora que vos tenes treinta y dos años y yo ochenta y seis, con las ñañas propias de la edad de cada uno. Pero seguimos juntos, callados y a menudo sin hablarnos por semanas, como esos matrimonios de ancianos, pero formando una unidad mantenida por la fuerza de la
costumbre, indestructible. Quizá todo eso dice la foto que te sacaron en la plácida quietud de la niebla de otoño. Mas no lo tomes a mal. Solo es el otoño. 
Todavía no el invierno y su inevitable idea del retiro; cada vez que partimos juntos, aunque más no sea a la isla Nazar, estamos reviviendo esa antigua y noble simbiosis que sólo se produce entre el hombre y su nave.
Hasta el sábado o el domingo, aunque haya niebla, Pequod.
Hormiga Negra

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